# Capitulo Segundo:
¿Cuál es el pecado concedido para aquellos que han errado?
¿Encontrará su salvación en el infierno o quizá en el cielo? ¿Tendrán lugar
para descansar en paz o vagarán entre terribles sufrimientos? Mil preguntas se
amontonaban en la mente de la peliazul, mientras mantenía su dorada mirada en
el claro cielo azulado que allí se asomaba aquella preciosa tarde de primavera.
Y es que a la joven le había venido de pronto unas imágenes
de su pasado, de su primera vida, cuando sus padres murieron, su madre frente a
ella, con tan sólo seis dulces años, muriendo a sangre fría por las manos de su
hermano mayor, manchando la nieve blanca de sangre, y su kimono claro…
Ladeó la cabeza a los lados, bufando de la molestia que
sentía al recordar aquello. ¿Por qué se había reencarnado? ¿Acaso tenía que
hacer algo para poder vivir en paz? Y sobre todo… ¿Por qué recordaba todo? ¿Por
qué poseía aquellos poderes mentales? ¿Por qué sentía que su cabeza iba a
explotar de la cantidad de voces de la gente a su alrededor que se amontonaban
en su cabeza como si quisieran hacerla estallar?
Sólo en aquel pequeño paraje se sentía en paz, intentando
tranquilizarse, descansar, quizá para no tener que rendirle cuentas a nadie.
Estaba desde hacía ya un mes y medio, un poco cansada de ir a casa de las Wulff
y tener que escuchar a Anne contar sus mil historias de lo que hacía cada día
con su tutor, Tory Ivanov. Lo peor era que ella tenía que acallar y sonreír,
pues no podía confesarle que estaba enamorada del mismo hombre que ella. Eso
quizá acabaría con su amistad, y era algo que no se le pasaba de ninguno de los
modos por su azulada cabeza.
.- ¡Te tengo! –chilló de pronto una joven que repentinamente
se lanzó encima de ella, haciendo que ambas cayeran al suelo estrepitosamente.-
¡Muahahaha, no podías escapar de mi eh!
La peliazul se removió intentando apartar un poco el peso
que se había posado sobre ella de aquella brutal manera. Iba a preguntarle
quién era, pero al ver un par de preciosos ojos azulados y una melena rojiza,
no pudo más que sonreír con amplitud.
.- ¡Dana! –se lanzó a abrazar a su mejor amiga, con mimo,
pues hacía mucho tiempo que no la veía.- ¡Dónde estabas, boba!
Su pelirroja amiga, la que siempre había tenido desde que
tenía memoria, eran muy buenas amigas de toda la vida. Dana poseía un rojizo
cabello de melena mediana, y unos alegres ojos azul claro. Siempre sonreía, era
dulce y muy tierna con la gente, le encantaba relacionarse, siempre tenía miles
de amigos de aquí a allá. Lo único malo que la rodeaba, era que era una especie de exorcista, su sangre era como un fluido elemental para los demonios, que podía darles poder inmortalidad, y siempre tenía que jugarse la vida matando a alguno que otro, y
eso a Mikio no le gustaba ni un pelo.
.- Há, no sabía que me echarías tanto de menos… -besuqueó la
mejilla de su amiga con ternura, mientras ambas se sentaban en el suelo
correctamente, bajo la copa de aquel inmenso árbol de cerezos.- ¿Cómo has
estado sin mi, preciosa pitufina?
.- No me llames pitufina… -puso un puchero con algo de
molestia, pero se encogió de hombros, suspirando más tarde.- Bien… en cierta
medida.
.- ¿Todavía sigues con lo de el chico ese…? ¡A mi me parece
un poquitín borde, eh! ¿Y no piensas contárselo a Anne? Quizá ella quiera enterarse,
no sé, es tu amiga… ¡Y es muy agradable! Enseguida hicimos migas.
No sabía cómo responderle a aquello, no quería confesarle
que estaba temerosa de decirle la verdad y que se enfadara con ella o, quizá
peor, que Tory se enterara; se moriría de vergüenza.
.- ¿Has encontrado ya a Jillian? –preguntó interesada,
enarcando una ceja para intentar cambiar de tema, pues con lo inocente que era
su amiga, seguramente ni se enteraría del cambio de tema.
.- ¿Jillian? Sí... Vaya que si lo encontré.
–exclamó algo entristecida, dejando escapar un suspiro de melancolía.- Rompimos, tanto tiempo separados no es bueno... ¡Es que nunca estaba! Y claro...
.- No me digas que… Lo siento, Danita. Aunque bueno, así
estamos las dos a la par, que Dante y yo no es que hablemos mucho desde la
última vez… En realidad creo que está saliendo con una chica, o tiene líos
raros por ahí, folleteo arriba, folleteo abajo. No tengo ni idea, pero no
quiero molestarme en ello. –negó con suavidad.- No hablemos de ello. Lo siento,
seguro que aparece alguien mejor… Él era un hechicero que siempre estaba
ocupado, no se lo tengas en cuenta.
.- Supongo que fue bonito mientras duró… -se rascó la mejilla
y se quedaron ambas en un profundo silencio durante algunos minutos.- ¡Oye que
me has cambiado de tema!
Mikio no pudo más que reírse a carcajadas cuando su amiga se
percató del repentino cambio de tema, algo molesta, con un puchero muy
gracioso. Se puso en pie y le ofreció la mano para que hiciera lo mismo, a lo
que la pelirroja la aferró y se puso en pie, colocándose las ropas. Comenzaron
a caminar, mientras ambas comentaban sobre lo ocurrido los últimos días,
novedades que no eran muy importantes pero que no faltaba momento para contarse
una a la otra.
Al girar una esquina se sorprendió de que su amiga de pronto
dejase de hablar y echara a correr, dando un alto gritito de alegría. Mikio se
acongojó y se quedó quieta en el sitio, buscando con la mirada lo que había
atraído la atención de su compañera. Al ver cómo un alto y delgado pelirrojo
aferraba en un fuerte abrazo que hizo alzar del suelo y girar a su pequeña
Dana, no pudo más que sonreír. Nate Oligtray.
.- ¿Cómo ha estado la cosa más bonita del mundo entero?
–preguntó con un tono suave, dulce, agradable y melodioso, a su hermana
pequeña, la cual era la viva imagen de él solo que en femenino. Ella sonreía
con ternua y le abrazaba por la cintura sin querer despegarse de la figura de
su hermano mayor.- ¡Anda, pero mira quién hay ahí!
Cuando la azulada mirada de ella se cruzó con la dorada de
la joven, en un principio apartó la vista, quizá avergonzada. Le venía a la
mente recuerdos lejanos, muy lejanos, cuando ella siquiera había empezado a
salir con Dante. Recordaba de buen agrado que le había llamado la atención el
hermano de su amiga, pero cuando se lo dijo a ella, ésta le confesó que su
hermano tenía una relación un tanto íntima con Fiore, amiga de ambas, y que
seguramente llegarían a algo… A día de hoy eso aún no había pasado, y lo veía
improbable, por la inseguridad de Nate y la timidez de la rubia.
Parpadeó un par de veces y se acercó a ambos con
tranquilidad, sin borrar la sonrisa. A pesar de todo, Nate siempre se había
portado muy bien con ella y la trataba como a una hermana pequeña más, la
protegía y ayudaba en todo, y eso a Mikio le parecía un trato de lo más
amoroso.
-. ¡Nate! ¿Dónde te habías metido? Hacía tiempo que no te…
-acalló en cuanto un pequeño ser se lanzó a sus piernas, dándole pequeños
lametones alegre. La peliazul agachó la mirada y se encontró con un yokai, con
cabeza de perro y cuerpo de pingüino.- ¡Bannube! –se puso de cuclillas y
acarició la cabeza del yokai, alegre, pues era la mascota de Dana a la que
tanto quería.- ¿Venías sacando de paseo a Nate? Muy bien, así me gusta… ¿Ha hecho
sus necesidades…? –bromeó, entre risas, mientras Dana se unía a las carcajadas
y el pelirrojo, medio riendo, se había el ofendido y se quejaba por los
comentarios.-
.- Siempre os estáis metiendo conmigo, ya os vale… -le dio
un ligero toque con el dedo índice en la frente a su hermana y abrazó con
fuerza a Mikio en cuanto ésta se puso en pie.- En realidad sólo venía a veros,
Bannube tenía ganas de estar con vosotras.
.- Y tú también, admítelo… -murmuró la pelirroja, sacándole
la lengua, a lo que Nate se rió y asintió de buen agrado.- Oye Mik… Escúchame
atentamente. Voy a irme con Nate a una… misión. –con misión sabía perfectamente
a lo que se refería, a matar algunos demonios.- Y tardaremos en volver, por eso
quería que te hicieras cargo de Bannube durante un tiempo… si no te importa.
.- No me… gusta que vayáis a esos sitios. –suspiró con
tristeza y se encogió de hombros, acariciando la cabeza del yokai.- Pero está
bien. Volved sanos y salvos, ¿vale? –ambos asintieron y ella les abrazó con
fuerza.
No iba a ir todo tan bien como pensaba…
Lo que más miedo le daba a la peliazul no era precisamente
cómo se encontraran los dos pelirrojos contra el montón de demonios que se
agolparían en la lucha para derrotarles, sino que en aquellos instantes lo único
que buscaba era la manera de deshacerse de los montones de basura que
comenzaban a amontonarse en su casa debido al nuevo “amigo” que estaba de
invitado en su casa.
.- ¡¡Bannube!! ¡Por favor deja de tirarme la ropa del
armario! ¡Bannube! –llamó con desesperación al yokai, el cual buscaba con
desesperación en cualquier rincón de la casa a su ama.
Tiró la toalla cuando el yokai se metió de cabeza en el
cesto de la ropa sucia, moviendo sus patitas de pingüino de un lado a otro con
intención de salir de allí.
Cuando ya se disponía a sacarle del lugar, llamaron a la
puerta. Con prisa, comenzó a tirar de su pequeño amigo, que por lo grande que
era no salía del cesto. Finalmente, tras muchas más llamadas a la puerta y
varios tirones para sacarle, éste salió, pero ambos terminaron rodando por el
suelo con toda la ropa interior sobre ambos.
.- ¡Ay… ay… qué dolor…! –se quejó la peliazul, tratando de
apartarse de encima a Bannube el cual no era capaz de incorporarse por sí
mismo.
Para sorpresa de ella, la puerta se abrió, y se asomó por la
puerta unos largos y lacios cabellos negros, junto con un par de vivaces y
enormes ojos azul claro. Las características pecas que se dibujaban en los
pómulos de la joven allí parada y su amplia sonrisa hizo que la mente de Mikio
comenzara a suponer de quién se trataba.
.- ¿Anne…? –murmuró en voz baja, entrecerrando sus dorados
párpados ante el foco de luz que había entrado repentinamente en su casa al
abrirse la puerta de la entrada.
.- ¡Miki! –pronto comenzó a reír a carcajadas al fijarse en
la situación en la que se encontraba su compañera.- ¡Mira Tory! Y luego me
llamas a mi torpe… -la morena cabellera de la recién llegada se zarandeó en
cuanto el rostro de la joven ladeó su atención hacia otra persona situada
detrás suya, lo que asustó terriblemente a la peliazul nada más escuchar el
nombre del acompañante.
.- No… ¡No, Anne! –extendió su brazo en un intento por
hacerle parar, pero pronto vio esa atractiva figura masculina frente a ella.-
Mierda… -susurró en tono bajo, más para ella que para los otros dos.
El Ivanov fijó su fría mirada en la joven junto al yokai que
había logrado ponerse en pie, y el montón de ropa sucia por el suelo. Una de
sus comisuras se alzó de pronto y sonrió de manera que una blanca hilera de
perfectos dientes se asomaron por los rojizos labios del chico, se llevó una
mano a éstos mismos con intención de “disimular” la pequeña carcajada que le
salió sin poder evitarlo nada más verla.
Anne nada más ver que se había reído, se le dibujó una
sonrisa de felicidad, pues no acostumbraba a verla reír. De lo contrario, la
peliazul pronto se sonrojó de pies a cabeza, como si fuera un tomate con
cabello azulado. Se puso en pie casi a tropezones y apartó enseguida lar opa de
su alrededor como si nada hubiera pasado. Volvió junto a los dos en cuestión de
pocos segundos, jadeante y cansada.
.- ¡¡Anne por qué abres!! –le recriminó muy avergonzada,
mientras observaba de reojo cómo Tory dejaba de reír poco a poco.
.- ¡Es que eres muy lenta y no abrías! Además me diste una
copia de tus llaves por si pasaba algo… ¡Y desde luego que pasaba! –le sacó la
lengua divertida, intentando no volver a reír al recordar la imagen anterior
del yokai y su amiga en el suelo tirados. La japonesa le dio una pequeña
palmada en el hombro a su amiga con vergüenza al escucharla.
Tras unos minutos de angustia, pronto se olvidaron de lo
ocurrido, unos antes que otros, y los tres pasaron al interior de la casa,
colocándose en el salón con intención de estudiar. Se le había olvidado que ese
día Tory iba a pasarse por su casa para ayudar a ambas en Biología, pues
últimamente estaban bajando sus notas y necesitaban un poco de ayuda, y aunque
el Ivanov no estaba muy cómodo con eso de hacerles un favor, terminó por hincar
el codo.
Estuvieron atendiendo a las explicaciones del moreno en todo
momento, ambas ponían mucha atención, aunque Anne alguna que otra vez empezaba
a pelearse con Tory por cualquier chorrada y era Mikio la que se tiraba ese
rato de peleas intentando comprender lo que él había escrito en su cuaderno con
esa preciosa ortografía. Se tiraron casi toda la tarde allí, y como ya
anochecía, la peliazul decidió levantarse y poner algo para comer.
.- ¿Queréis algo? Es que es tarde y estamos cansados…
-susurró, mientras caminaba descalza hasta la cocina.
.- ¡Yo quiero un buen vaso de Cocacola y unas patatas
fritas! –exclamó Anne desde el salón, a grito limpio. Por el contrario Tory no
pronunció palabra, así que ella decidió poner un té para ambos.
Comenzó a preparar un pequeño tentempié con un plato de
algunas patatas fritas y otro plato con unas pastas. Mientras calentaba el agua
de la tetera para el té y las dos pequeñas tazas, escuchó cómo su móvil sonaba,
era un sms.
.- ¡¡Mikiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiioooooooooooooooo!! ¡Te
están mandando un mensaje al móvil! ¿Es el churri? ¿Ese chico del que estás
colada hasta los huesos? ¡Te lo abroooo! –hablaba con tanta rapidez que a la
joven peliazul no le dio tiempo a llegar al salón con la bandeja del té, la
Coca cola y la comida, ya que al llegar su amiga ya tenía el móvil en la mano.
Le daba igual que leyera, seguramente sería un mensaje de
publicidad de esos de los móviles para hacer ofertas y promociones. Por lo que
se puso de rodillas y colocó la bebida y la comida de su amiga junto a ella y
al moreno le ofreció una taza de té. Cuando fue a dársela y él la tomó, sus
manos se rozaron por unos segundos y eso hizo que el corazón de la peliazul
comenzara a latir con extraña fuerza.
Sus miradas se encontraron durante unos segundos que parecieron
eternos. Su fría y azulada mirada, tan penetrante, no apartaba su atención de
los dorados y brillantes ojos de ella. Tragó saliva, y se le olvidó cómo
respirar, sólo sentía cómo un cúmulo de sensaciones se amontonaban en su
cuerpo, y una especie de revoloteo de mariposas se agolpaban en el vientre de
ella, con ese nudo en la garganta que le impedía pronunciar palabra. No sabía
cómo la vería él, pero ella estaba ante lo más hermoso que nunca había visto, y
se puso apreciar lo que pensaba ante la pequeña rojez que se dibujó en los
blanquecinos pómulos de la japonesa.
Pero todo desapareció en cuanto escuchó un pequeño gritito
de Anne, que estaba demasiado ocupada toqueteando los botones del móvil de su
amiga que para fijarse en las miradas que ellos dos se hacían.-
.- ¡Uaaaaaaa tíaaaa quién es Dante! ¿Es el chico este que te
gusta? ¡Ala qué fuerte, te está diciendo que te quiere y quiere verte de nuevo!
¡Pero si estás hecha toda una ligona, eso no me lo habías contado, eh! –siguió
exclamando con alegría las cosas que leía en el sms, lo que hizo que Mikio
parpadeara confusa y apartara la vista de los azules ojos de él.
.- ¿Qué? ¿Dante…? No puede ser, si él… –enarcó una ceja, y
entonces se dio cuenta de que Tory había apartado las manos de las de ella,
dejando la taza de mala gana encima de la mesa. Eso llamó la atención de las
dos estudiantes.
El moreno caminó hasta la entrada, colocándose los zapatos
que había bien ordenados a un lado en la esquina de la puerta; poniéndose el
abrigo cogió sus cosas para irse, pero no le dio tiempo pues la peliazul se
levantó a toda prisa para pararle, aunque Anne fue más rápida y le aferró del
brazo.
.- ¡Ey a donde vas! No hemos terminado de estudiar… ¿Qué te
pasa? –le preguntó ella con gesto preocupado, mientras él se soltaba del agarre
de su mano.
.- No me pasa absolutamente nada. –se le notaba en la voz lo
enfadado que estaba, y abrió la puerta, no sin antes echarle una gélida mirada
a Mikio, que la dejó temblando en el sitio.
Cuando la puerta se cerró de un portazo, ella cayó de
rodillas al suelo, abrazándose así misma por el miedo que había sentido. ¿A qué
había venido aquella mirada? ¿Por qué se había puesto así…? No lo entendía.
¿Qué le había hecho?
.- No le hagas caso, Mik… Es un imbécil. –Anne se agachó a
la altura de su amiga y la abrazó con mimo.- No te preocupes, de verdad. ¿Me
vas a contar quién es Dante y a qué ha venido ese sms?
No tardó en mirarla, tratando así de borrar la imagen de
aquellos fríos ojos casi matándola de una mirada. Suspiró con pesadez y negó.-
.- Es mi ex… lo dejamos hace ya casi cuatro meses… Y no sé a
qué vino ese sms, yo no quiero volver con él… Sabes que hay otro chico en mi
corazón. –pronunció con tono sosegado y desganado, pues seguía algo
entristecida por lo ocurrido anteriormente.
.- ¿Enserio? Pues vaya, qué desilusión… ¡A ver si me
presentas ya a ese tal chico tuyo secreto! Me tienes con la intriga. –se puso
en pie y caminó hasta el interior del saloncito, comenzando a beber de su
Coca-Cola.- ¡Hmmm, está muy rico Mik, gracias!
Pero la peliazul siguió en el sitio, mirando la puerta por
donde minutos antes él se había marchado. ¿Por qué se había puesto así? ¿Quizá
le había molestado lo del sms de Dante? No creía que fuera aquello, pues para
él ella era una simple cría. Estaba entre furiosa y entristecida. ¡No tenía
derecho a mirarla así, ni a comportarse de una manera tan orgullosa!
Cuando quiso ponerse en pie, de pronto en su interior notó
una especie de punzada en la cabeza, casi como si la quisieran abrasar viva.
Notaba cómo las venas comenzaban a helársele y su cuerpo a la par ardía con
llamas invisibles, pero en realidad no había nada peligroso a su alrededor.
Comenzó a chillar, colocando ambas manos en sus sienes; no sabía lo que
ocurría, hasta que escuchó una seductora y maquiavélica voz femenina en el
interior de su mente.
“.- Venga pequeña rata de cloaca, enfádate, siente esa
ira que recorre tu cuerpo; él te ha dejado tirada, como la mierda que eres.
¿Por qué no me dejas hacer el resto a mi…? Te va a gustar, juguemos a un mismo
juego.”
Esa voz tenía un tono entre jocoso y malévolo, como si fuera
tentarla de hacer algo que en el futuro se arrepentiría. Pero no era consciente
de sus actos, ni tampoco del rumbo que tomaba su cuerpo. A pesar de que por
dentro mantenía una lucha interna por no dejar salir a ese ser que pensó que
había encerrado hacía mucho tiempo, ella era muchísimo más fuerte.
“.- Oh vamos… No te hagas la dura, sabes que no puedes
contra mi. Somos dos en una. Me metieron en tu cuerpo en tu otra vida, y
volviste a nacer teniéndome en tu interior, ¿acaso piensas que puedes
deshacerte de mi tan fácilmente? Simplemente espero al momento más prometedor
para salir y hacerme con tu cuerpo. No lo demores más, estúpida, quiero
divertirme. Empezaremos por tu amiga.”
Todo se volvió oscuro, borroso, no se oía nada a su
alrededor y estaba completamente desnuda en un lugar que no recordaba. Chillaba
y le pedía a gritos que la dejara salir, que no jugara con nadie. Pero nadie
contestaba, y tenía ganas de llorar. ¿Por qué sería tan débil? Cuando más débil
se volvía más control tomaba de su cuerpo aquel maldito ser del infierno.
Pasaron unos minutos cuando ella ya, por fin, pudo domar la
mente de su otro “yo”, colocándose en sus ojos, para poder visualizar lo que
ella hacía con su cuerpo. Aquella demonia, de largos y lisos cabellos negros
como el carbón, y sus fieros ojos carmesí, con su cuerpo envuelto en la
fogosidad y el placer de unas burnas curvas y una buena delantera, hacían mella
en el cuerpo de la peliazul, desapareciendo ésta misma en cuestión de segundos.
“.- ¿Te diviertes? Porque yo si.”
Un chillido de horror invadió su cuerpo cuando observó
frente a ella a Anne, malherida en el suelo, arrastrándose con intención de
huir de allí. No podía controlar a Kira y eso le hacía daño, intentó por
todos los medios pararla, chillarle, pero era imposible, esa demonia tenía más
fuerza que ella.
Para su sorpresa, alguien entró en la casa, y antes de que
pudiera siquiera girarse, tres enormes lobos, uno blanco, otro marrón y el
último de color negro, entraron en el salón. El negro se situó junto a Anne y
la colocó en su lomo como podía, pues su amiga estaba inconsciente; los otros
dos se lanzaron a morder y pelear contra Kira. Eso hacía disfrutar a la
demonia, pues no cesaba en sus intentos de estampar, arañar, herir o atacar a
cualquiera de los dos licántropos. Mikio no entendía quienes eran aquellos
lobos que habían entrado en su hogar de aquella manera, pero lo que era peor…
Todo el dolor que inflingían a Kira se lo hacían a ella también, pues el cuerpo
físico era el suyo propio.
Chillaba de dolor, y eso a la diabla le excitaba muchísimo,
pues dejaba que los lobos escucharan sus llantos y quejas por las mordeduras y
heridas que le hacían. Por ello, uno de ellos, el de color blanco y más grande
que los demás, cesó de atacarla, observando con sus azulados ojos, que parecían
horrorizados, la voz que procedía de ese maléfico ser. En su despiste, Kira le
dio un fuerte empujón que lo mandó contra la pared, y éste gimoteó dolorido. El
otro lobo, de color marrón, se lanzó a moderle en el lado del hombro derecho a
Kira, a lo que ésta rió a carcajadas, mientras de fondo se escuchaba a Mikio
sollozar por el dolor.
Pronto el lobo blanco se levantó y, con prisas, se lanzó
contra su compañero, apartándole de ella. Éste último no lo entendía, por ello
gruñía al blanco. Kira cayó de rodillas al suelo, entre sonrisas llenas de
diversión y lujuria.
.- Me encanta cuando me tocas así… Tory. –fue lo único que
pronunció, cosa que hizo sorprender a Mikio, la cual no tardó en tomar el
control de su cuerpo.
Por poco tiempo, pues el dolor era tan intenso, que nada más
sentir el montón de heridas sangrantes en su cuerpo, cayó desmayada al suelo,
con la borrosa visión de un enorme lobo blanco acercarse a ella.
# Continuará…